José María Barrale es autodidacta, historiador, investigador y coleccionista. Es además un avezado conocedor en materia de maquinarias agrícolas por haberse criado en el ambiente del trabajo rural y también por haber dedicado gran parte de su vida a indagar y estudiar estos temas. Pero además, alguna vez fue un niño que acompañaba a su padre y su tío en las cosechas, durmiendo en la casilla rodante y emocionándose cuando lo dejaban manejar. Fue el mismo que con quince años compró su primera cosechadora, luego de escribir una carta a la fábrica a espaldas de su familia.
Actualmente reside en San Francisco, provincia de Córdoba, pero supo recorrer el país entrevistando a los más tradicionales fabricantes de maquinarias agrícolas. Gracias a este minucioso trabajo pudo escribir su primer libro llamado “Reinas mecánicas I” (2007) al que le siguió “Reyes del surco” (2013) y pronto verá la luz una edición ampliada de “Reinas mecánicas”.
LA CORONACIÓN DE LAS REINAS MECÁNICAS
Barrale dice con respecto a su primer libro, que escogió ese nombre porque considera que las cosechadoras son las verdaderas reinas del campo: “Creo que fue una bendición porque hice este libro en el momento justo, lo comencé en el 2003 y lo terminé en el 2007. Hoy tengo que decir que de los treinta fabricantes de cosechadoras que visité para la investigación, no hay nadie, fallecieron todos. Soy un agradecido a la vida por haber conocido a estos gigantes de la industria argentina que tanto hicieron por nuestro país”, dice.
En cuanto a las historias de estos pioneros fabricantes, José María expresa que “era todo a base de sacrificio, la mayoría de esa gente eran italianos que venían escapados de la guerra, con hambruna, y ´hacer la América´. Llegaron a nuestro país en un momento en el que desbordaba la explotación triguera, que clamaba por más herramientas y más sembrados, y entonces esta gente buscó cubrir la necesidad del campo mediante el arado, la sembradora, la cosechadora, etc. Ellos eran todos grandes herreros que pasaron a formar talleres, de los talleres pasaron a ser metalúrgicas y de ahí, a las fábricas. Esas fábricas, como Araus, Daniele, Vassalli, Magnano, Druetta, hasta llegaron a exportar, lo que demuestra el empeño de esta gente. Después se fundieron, algunos dicen que porque no estaban a la altura, pero yo realizo otro análisis y hay que ver si tenían continuadores… eran otra gente, otro tiempo, otra agricultura pero sin dudas han sido grandes hacedores”.
El rico trabajo de investigación realizado por Barrale permite conocer testimonios e invaluables anécdotas de aquellos primeros fabricantes y del entorno en el que desarrollaban su emprendimiento, dando también oportunidades: “Daniele, por ejemplo, dibujaba las máquinas en una pieza, se levantaba de noche y dibujaba en la pared la pieza que quería hacer al otro día. Él iba al ferrocarril y cuando el tren pasaba la mayoría de las veces se solían bajar crotos o linyeras que no eran otra cosa que escapados de la guerra. Y resulta que estos tipos eran ingenieros, y Daniele les daba cobijo en su fábrica, un plato de comida, una pieza, y los ocupaba para lograr el desarrollo de una pieza o de una máquina”, cuenta.
“Todos los fabricantes empezaron de la nada, hubo fábricas que llegaron a tener entre 500 y 700 empleados, que llegaron a producir cinco mil, diez mil o quince mil cosechadoras. A su vez, cuando no era época de fabricar cosechadoras hacían otro tipo de herramientas, como el caso de Alasia que producía mulitas montacargas, molinos, espigadoras automotrices, y diversificaba la producción con otras cosas. Otro ejemplo es el de Senor, que fabricó una cosechadora de forrajes que andaba muy bien pero que, cuando no hacía eso, fabricaba la picadora”, explica.
En cuanto al porqué de la desaparición o el ocaso de estas fábricas, el investigador señala que todos los testimonios de quienes habían sido los fundadores de estas empresas apuntaban a los gobiernos, a la falta de apoyo y de interés si se cerraba una fábrica o si se dejaba en la calle a 200 ó 300 empleados. Uno de estos testimonios fue el de Alfredo Rotania, quien en 1929 patentó la primera cosechadora autopropulsada del mundo. Según cuenta nuestro entrevistado, Rotania alguna vez le contó: “vino un ministro, recorrimos la fábrica y cuando se iba me dio la mano, me palmeó y me dijo: ¿le puedo dar un consejo? Venda todo esto, cómprese unas vaquitas y le será más rentable. Nos metieron en la bolsa de los ineficientes y yo no me siento para nada así…”.
DE REINAS Y REYES
En el año 2013 se editó el segundo libro de José María Barrale, “Reyes del surco”. En este trabajo se desarrolla la historia del maíz, cómo surgieron los pioneros, cuáles fueron las primeras jornadas demostrativas de este cultivo en Argentina (año 1928 aproximadamente), las máquinas juntadoras tiradas a caballo y el invento argentino del maicero que se da en el año 1948 en Venado Tuerto (Santa Fe): “Este invento cambió la agricultura en el mundo. Y esta investigación me llevó a presentar el libro en Europa, el material llegó a un escritor alemán que escribe sobre cosechadoras y me invitó a participar de su libro escribiendo sobre cosechadoras argentinas. Además, visité la feria más grande del mundo sobre maquinarias agrícolas, que se hace en Francia”. En 2018, además, donó una antigua espigadora, una joya de la maquinaria rural, al Musée de la Machine Agricoleet de la Ruralité, en Saint Loup (Francia).
UNA PASIÓN QUE NO SE DETIENE
Pero su ímpetu no se ha detenido en ello y es por eso que José María se encuentra trabajando en su mayor deseo: la creación de un museo de maquinaria agrícola en donde exhibir la colección propia de maquinarias y distintos elementos que ha reunido a lo largo de estos años:
“Tengo doce mil folletos de maquinarias y mil catálogos, de los cuales 150 corresponden a tractores antiquísimos. Tengo una colección que es una maravilla, porque su estado de conservación es único. Cada folleto está dentro de un folio, está encarpetado y computarizado también. Además, estimo que hay unas mil quinientas fotos ya que tuve la suerte de poder viajar bastante y que los fabricantes de cosechadoras me regalaran las fotos porque ellos decían que el día que no estuvieran, esas cosas irían al fuego”.
Esta pasión hizo que a la par de su investigación y de la escritura del libro, nuestro entrevistado se fuera “haciendo” de herramientas para conservación: “Empecé a ver cosechadoras antiguas y a pensar que era una lástima que se perdieran. Así fue que compré mi primera cosechadora, una Vassalli modelo mosquito del año 1960, y tuve la `patriada` de restaurarla a cero desde las chapas hasta el embrague”. Él cuenta que hoy hay doce unidades de estas máquinas y que unas siete de ellas están en San Vicente (Santa Fe), en un espacio cedido para la futura instalación de un museo. La principal limitación está dada por los recursos económicos y es por eso que José María hace tiempo que está golpeando puertas para que lo acompañen en este proyecto de crear el Museo de la Cosechadora en nuestro país.
José María Barrale sigue sembrando cada día, con su empuje y su pasión para impulsar la cultura desde un lugar tan nuestro como lo es la actividad agrícola. Ojalá que pronto tanta siembra se convierta en cosecha.