Dos historias se entretejen en este 1º de Mayo: el Día del Trabajador y los 122 años del Mercado de Liniers, emblemático lugar de nuestro país que en breve cerrará definitivamente las puertas para trasladarse a Cañuelas.
En esta conjunción de historias conocimos a Paulino Galíndez. Él vive actualmente en Lomas de Zamora, pero su vida tiene una riqueza relacionada directamente a sus tareas en el Mercado de Liniers. Tenía 13 años cuando la pérdida de su papá lo hizo crecer de golpe para dejar de lado el estudio y empezar hacer changas, trabajó en frigoríficos y luego estuvo cuatro años trabajando para una firma, hasta que en el año 1979 comenzó a trabajar para Álzaga-Unzué. Aquí estuvo hasta el año 2014, cuando se jubiló.

De todos esos años de trabajo, a lomo de caballo y desfilando entre corrales, Paulino solo tiene lindos recuerdos, a tal punto de que expresa: “Fue mi segundo hogar”. Eran tiempos en los que la cantidad de animales que llegaban por día al Mercado eran más de 30 mil, y en los que a veces “no quedaba lugar en los corrales” para recibir tanta hacienda. Eran tiempos donde a veces no se podía ni ir a dormir, pero que sin embargo constituían un placer para quienes formaban parte de esa magia y ese folclore. El Mercado daba trabajo a muchas personas: “había paisanos para hacer dulce”, dice.

Desde su decir humilde y sencillo, explica de manera llana las vivencias de un trabajador como él y cómo la forma de trabajar fue cambiando a lo largo de los años. Se muestra agradecido por las experiencias que tuvo entre los corrales y las personas que conoció, y aún conserva la nostalgia de aquellas voces que se apagarán para siempre cuando el Mercado tenga su cierre definitivo.


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