Este pasado 18 de septiembre se recordaron los 50 años de la muerte la Eufemia Otamendi, conocida también como la «Pastora de los pobres», por su enorme vocación de amor y servicio hacia los demás. Ella, abandonando los lujos de su vida urbana, tomó los hábitos de la vida religiosa y fundó en su estancia familiar “La Eufemia” una obra apostólica de alto impacto social y educativo. Su nombre y el de su obra se encuentran estrechamente ligados a las localidades de Mechongué y Mar del Sud y al Paraje San José, en el partido de General Alvarado.
Para referirnos a esta recordación y a la obra de la Madre Eufemia, dialogamos con Martha Marino de Pérez:
UN RECORRIDO POR LA VIDA DE LA PASTORA DE LOS POBRES
Eufemia Carolina Otamendi (la Madre Eufemia) nació en Quilmes (Pcia. De Bs.As.) el 2 de junio de 1883. Hija del matrimonio integrado por don Fernando Julián Otamendi y doña Eufemia Batallana. Trasladada más tarde a la gran Capital, floreció en todo su esplendor esa juventud que desde muy temprano había de consagrarse al servicio de los demás. La Niña Eufemia para los que la conocieron en el primer cuarto del siglo XX desde donde arranca su enorme y valerosa misión de servir a Dios. Toda su vida escuchó y puso en práctica la palabra de Dios con inigualable sencillez y una inconmensurable capacidad de amor al prójimo.

Eufemia Carolina transcurrió su infancia entre Quilmes y la Capital Federal. Su vocación de servicio la movieron a tomar los hábitos religiosos y se dedicó a catequizar en la zona de Miramar, donde también pasó su juventud en las posesiones de su familia. Funda la estancia «La Eufemia» que heredó de su padre, ubicada en el actual Partido de General Alvarado, a 8 km de la entrada de Mar del Sud, una obra de las Terciarias Capuchinas de la Divina Pastora.

En la década del ’50 se inaugura una escuela primaria dentro del predio de la estancia. Allí en la actualidad más de cien niños reciben a diario su formación académica, contención afectiva y espiritual. Transformó esa posesión en escuela, templo y lugar de recreo para jóvenes.

La sola mención de su nombre aún hoy provoca respeto entre los lugareños. Se la supo ver cociendo vestidos y arreglando ropas, cocinaba y con sus manos, increíblemente habilidosas, podía enhebrar rosarios con semillas de árboles o con cuentas de colores; bordaba maravillas en filet o hacía brillar el fondo de una olla a fuerza de ladrillo y arena. Su cariñosa imagen se erguía una y otra vez como guía y como consuelo. Para ella, los años que pasaron parecieron fortalecer más y más su vocación.

Con la infinita paciencia de los elegidos vivió sus últimos años y murió como había vivido, con la serenidad de su grandeza de alma y su fidelidad a la Obra elegida. La misma cuenta en este momento con establecimientos de Nivel Inicial, Primario, Secundario y el Hogar Nazareth.

