Los antiguos boliches y almacenes de campo tienen un encanto muy particular, condición dada por sus paredes añejas y en muchos casos sus mobiliarios eternos, pero sobre todo por aquellas historias que anidan en su interior. Fueron indispensables para abastecer a los vecinos y viajeros, los que buscaban diversos elementos para su vida cotidiana (como hoy sucede en los supermercados o shoppings). Sólo la existencia de estos lugares ayudaban a sortear las enormes distancias que muchas veces los separaban de los centros más urbanizados.
En nuestro recorrido por estos almacenes y boliches es que llegamos al paraje rural «El Crisol», ubicado entre los partidos de Salto y Arrecifes, en la provincia de Buenos Aires, para conocer la historia de este lugar y de su boliche homónimo. Actualmente, este lugar de encuentro está bajo la atención del matrimonio formado por Daniela Ramos y Marcelo Torres, quienes han elegido el campo como medio para vivir.
Según cuenta Daniela, hubo un tiempo en que vivía mucha más gente por la zona, era la época de auge en estancias que requerían de mano de obra y la ocupaban, dando vida a cada rincón. Allí, el centenario almacén brindaba un servicio incomparable. «Hoy deben quedar unas 30 familias solamente en la zona», describe.
«El Crisol surge en el año 1928 como almacén de campo y, para 1936 ya se convierte en almacén de ramos generales. El lugar sigue siendo propiedad de Tessone, ya en tercera en generación. Nosotros somos inquilinos, vinimos hace un año, por la pandemia, y por cuestiones de trabajo emprendimos con mi señora un nuevo desafío», cuenta Marcelo.

Oriundos de Arrecifes, a unos 20 Km del paraje en cuestión, el matrimonio decidió dejar su vida anterior atrás y embarcarse en la aventura de reabrir el antiguo almacén que había cerrado sus puertas entre lágrimas y nostalgia: «El boliche sigue tal cual era en 1936. Tiene una pequeña construcción de material y lo restante es de chapa, como los boliches de campo. Tiene un alero, con palos de quebracho, tiene piso de ladrillos y las estanterías son las mismas de la época de la fundación», explica.
En la zona, según cuentan nuestros protagonistas, siguen estando la planta de silos, la escuela y el galpón/ depósito del almacén, que fueron iniciativas de los fundadores. El salón del almacén, donde también está el Club Deportivo Crisol, sigue estando intacto, con la misma estructura que supo tener desde sus comienzos: «Nosotros lo reacomodamos un poquito y lo pintamos para que, a futuro, podamos realizar alguna peñita o algo de eso. En ese lugar siempre se hizo el tradicional baile del 31 de diciembre, que era muy concurrido». El Club tiene muchas historias de brillo en el fútbol y de anécdotas en sus festividades, las que los actuales vecinos sueñan con ver otra vez.

La reapertura de El Crisol se llenó de sabores viejos y nuevos, una mezcla de nostalgia y platos caseros que invitan al reencuentro: empanadas caseras fritas, pizza al horno de barro, pastas caseras, carne al asador y picadas, son algunas de las delicias que se pueden disfrutar en el salón o bajo el alero, en «un ambiente muy familiar».
A partir de las 11 de la mañana ya se abren las puertas del boliche para recibir a los visitantes, muchos de ellos trabajadores rurales, contratistas y otros que pasan a buscar el sanguchito o alguna otra cosa que los saque del apuro, a la pasada, antes de continuar sus labores. Daniela y Marcelo siguen firmes detrás del mostrador, haciendo horario corrido hasta bien entrada la noche. Motoqueros y ciclistas son los habitués del fin de semana, que pasan a conocer y luego de comerse una empanada, continúan el trayecto para conocer otros caminos.

El regreso de El Crisol trajo alegría y esperanza: «Cuando se cerró fue una tristeza terrible y cuando se abrió fue una gran alegría, unas 200 personas vinieron a la reinauguración», concluye Daniela.