Miguel Ángel Tomasella es un productor rural, dedicado particularmente al cultivo de tomates. Desarrolla su actividad junto a su familia en la zona rural de Goya, Corrientes. Hace unos días fue noticia porque terminó «rematando» sus cajones de tomate a cambio de lo que la gente pudiera dejar como pago.
Desde hace varios meses ese sector atraviesa una crisis que se replica en el resto de las economías regionales: la fruta parece no tener valor. Otros factores hacen que el presente de los productores sea difícil: «Pasamos una sequía impresionante, no había pasto y ahora tampoco. Los terneros que están naciendo no están pudiendo ser alimentados porque a las vacas les faltó pasto. Se mueren vacas y se mueren terneros», dice sobre lo que se vive en la zona. Mientras tanto, Tomasella indica que tras muchas promesas, luego de la sequía y los incendios, muchos se quedaron «con la esperanza de recibir un subsidio que nadie recibió».
En cuanto a la producción de tomates, Tomasella explicó que por año el productor obtiene un promedio de 2300 cajones, lo que representa alrededor de 46.000 kilos (a razón de 20 kilos por cajón). Su precio varía según el momento del año, pero el correntino afirma que suele recibir entre 50 y 80 pesos por cajón.
“Cada planta me cuesta un dólar entre insumos y manejos. El año pasado estaba 85 centavos de dólar. Y cada carpa vale 50.000 pesos. Acá el que gana es el intermediario. El no tiene problema con el clima, la piedra, con nada. Nosotros somos quienes no ganamos. No hay contrato, te llaman, te piden cajones y te dan un precio que encima no te pagan en el acto”, indica.
Su apuesta con los tomates comenzó a mediados de febrero, debiendo esperar unos cien días para comenzar la cosecha. Para hacer la siembra vendió vacas y, con la inflación y las dificultades para ubicar los productos, aún no pudo «salir a flote»: «Hasta el día de hoy no pude recuperar lo que invertí», dice.
En oportunidades ha tenido que tirar parte de la producción a los animales, pero esta vez tuvo que ingeniárselas para recuperar algo de su inversión ramatando los tomates. Así fue que se instaló en plena calle, con sus cajones y les puso una «latita» encima. «La gente pasaba y se llevaba los tomates, hasta gente de Entre Ríos vino y se llevó porque dicen que allá también, en las verdulerías, el tomate está carísimo». Cada uno dejaba lo que podía, Tomasella cuenta que también se acercó gente muy humilde que dejaba veinte pesos: «Es algo que me conmovió», sinceró.
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