En San Andrés Giles hay un pequeño pueblo que invita al encanto. Es la magia que tienen estos recónditos lugares del interior bonaerense, donde la tranquilidad y el poco movimiento son las características que hacen que todos se conozcan y fortalezcan sus raíces.
Azcuénaga está a 8 Km. de San Andrés de Giles, sobre la Ruta 193. Fundada el 1º de abril de 1880, en coincidencia con el establecimiento del ferrocarril, hoy alberga unos 300 habitantes aproximadamente. Lo mismo decía el último censo y prácticamente no ha cambiado: algunos se han ido y muchos han venido, sobre todo provenientes de las grandes urbes, buscando la paz que ofrece este lugar.
El Brigadier Miguel de Azcuénaga, integrante de la Primera Junta, fue quien inspiró el nombre para esta localidad. No se sabe quién dispuso que este prócer “le prestara” su denominación al pueblo pero datos recientes mencionan que “El domingo 3 de octubre de 2010, en ocasión de cumplir la plaza local los cincuenta años de la imposición del nombre Miguel de Azcuénaga y de la inauguración de su mástil central, quedó inaugurado un busto en memoria del prócer realizado por docentes y alumnos de la Escuela de Arte «Gustavo Chertudi» de San Antonio de Areco. Desde el 5 de octubre de 2011, el Jardín de Infantes Nº 909 lleva el nombre «Miguel de Azcuénaga», nombre impuesto en ocasión de cumplirse las Bodas de Plata del establecimiento”.
Para conocer “desde adentro” a Azcuénaga, entrevistamos a Analía Capecci, ex directora de escuela, quien un día decidió crear un emprendimiento gastronómico. El empuje que el turismo rural le ha dado a estos sitios fue el punto de partida para animarse a cambiar.
Ella dice, con nostalgia y refiriéndose a la estación del ferrocarril que ya no ve pasar el tren desde hace mucho: “Está bastante deteriorada. Aquí había un galpón muy grande que servía para el acopio de cereales y en el 2013 aproximadamente vino un tornado y lo destruyó. La estación aún está en pie pero no tiene ningún tipo de cuidado. Ojalá que en algún momento se pueda restaurar y utilizar para que la gente lo visite. Esperemos que suceda.”
Analía sabe que en el marco del turismo rural, la conservación de estos sitios históricos es fundamental y que también constituyen un rescate de la memoria local. Aún no hay en Azcuénaga un sitio que se ocupe de la recuperación histórica como podría ser un museo, sólo trabajos que se han realizado desde las instituciones escolares para rescatar el pasado. Es una deuda pendiente que seguramente será saldada.
Cuando los espacios físicos no abundan, la memoria viva contribuye. Raúl Terrén, historiador local es quien ha recopilado estos datos en su libro “Historias de Azcuénaga”, material de consulta de lugareños y curiosos.

La Porteña
La historia de Analía y de Azcuénaga se enlazan desde hace mucho tiempo, en un pacto familiar y entrañable. El bisabuelo de nuestra entrevistada llegó junto a su familia desde Ancona, Italia, cuando en la actual Azcuénaga se estaba construyendo la Capilla Nuestra Señora del Rosario. No sé sabe por qué esta familia de inmigrantes dejó su país natal, pero el destino quiso que llegaran a Azcuénaga: “Seguramente vinieron por falta de trabajo, ellos no contaban mucho porque supongo que sería muy doloroso para ellos contar que se fueron y no haber regresado nunca. Ellos tenían viñedos en Italia y venían trabajar a Mendoza pero en el barco se hicieron amigos de otra familia y terminaron en Azcuénaga porque este era un lugar donde había mucho trabajo. El bisabuelo comenzó con la construcción de la capilla, tuvo una huerta muy grande en el predio de ese lugar y fue cocinero del almacén de ramos generales. Fue el primer y único sacristán de la parroquia hasta que falleció, a los 85 años”, cuenta Analía.
Vida de esfuerzo la de estos primeros inmigrantes. Nuestra entrevistada remarca con emoción que su bisabuelo no conocía el idioma, vino sin nada y pudo hacerse su casa y hacer estudiar a sus hijos.
La familia afirmó raíces y su abuelo, quien entonces tenía 12 años, estudió el oficio de sastre en Capital y con los años puso la sastrería “La Porteña”. Su nombre se debería a que este comercio se encuentra frente a la estación del ferrocarril.
Allí, el padre y el tío de Analía ayudaban a su padre en la confección de trajes, actividad muy común en aquellas épocas y con curiosas anécdotas: “Como los hombres que se hacían los trajes vivían en el campo y venían a caballo al pueblo, el abuelo les guardaba los trajes en una habitación y cuando ellos tenían un evento tal como un velorio o un baile en el club, se los colocaban en la casa de mi abuelo. Claro, no era fácil viajar de a caballo con el traje. Cuando el traje dejó de usarse, se comenzó a confeccionar ropa de campo y a venderla en las estancias. Los encargados de vender eran mi papá y mi tío, en un camión. Después, este trabajo también dejó de hacerse y a mi mamá se le ocurrió poner una casa de té. En ese lugar, desde hace trece años, junto a mi mamá y mi papá, mi esposo y mis tres hijos pusimos este negocio que comenzó como casa de té y ahora es un restaurante”. Cambiaron el rubro pero persiste el espíritu familiar.

Más sobre Azcuénaga
Quienes quieren visitar o adoptar a Azcuénaga para vivir pueden encontrar aquí los tres niveles básicos en materia educativa: inicial, primaria y secundaria. La Sala de Primeros Auxilios se ocupa de la salud, dependiendo del Hospital de San Andrés de Giles. El Club Recreativo Apolo cumple la función social y deportiva, nuclea a los pobladores y les ofrece la posibilidad a los jóvenes de desarrollar actividades. Los servicios básicos están asegurados. La cooperativa de electricidad CETASA provee de luz eléctrica e internet mientras que un servicio diario de colectivo permite a los pobladores estar unidos con la ciudad cabecera.
Además de La Porteña, hoy en el pueblo funciona otro restaurante que se estableció en lo que fue una antigua almacén de ramos generales. Estos sitios, junto a una hostería, contribuyen al desarrollo del turismo que busca el florecimiento económico que toda localidad necesita.
Los visitantes pueden acercarse, conocer y descansar. También pueden participar de las festividades que se hacen en varias épocas en el pueblo, algunas de tinte religioso y otras con espíritu gauchesco. Siempre es un buen momento para visitar Azcuénaga, un lugar que escogieron los inmigrantes y que hoy vale la pena volver a elegir.-