Centinela del Mar es una pequeña localidad balnearia que se halla en medio de dos grandes localidades, Necochea y Miramar, en el partido de General Alvarado. De esta última dista a 70 km: hay que ir por la ruta 88, y los últimos 17 km son de tierra. En esta región de pura playa solamente viven cuatro habitantes estables. Aquí, donde predominan la naturaleza y la paz que ofrece el silencio, se encuentra la pulpería La Lagartija, a cargo del matrimonio integrado por Patricia Velardo y Carlos Canelo.
UN LUGAR AMENO Y SOLITARIO
Esta pulpería no es como aquellas de antaño sino la materialización de un proyecto que se les ocurrió y que tiene que ver de alguna manera con la recuperación histórica del lugar, una historia que sí nos habla de tiempos remotos: “Vinimos a este lugar hace 20 años, soy guardavida y me motivó recuperar la historia de los pueblos originarios, sobre todo porque soy descendiente. Desde chico empecé a investigar y llevo más de treinta años haciendo el rescate del complejo del tehuelche, acá hay un asentamiento muy importante y eso fue lo que nos trajo”, dice Canelo.
Ese proyecto llevó a que nuestro entrevistado trabajara los últimos años de su carrera aquí hasta su jubilación y que iniciara un Centro de Interpretación Histórica, el “Günün A Künë” (tehuelches), en la Vieja Usina que data de 1940 y que es contemporánea a la fundación del poblado. Luego vino el proyecto de hacer en el mismo lugar la pulpería, hace unos cinco años, desde la necesidad de atender a los turistas que, explorando nuevos sitios, llegaban a Centinela del Mar. Para su puesta en marcha la pulpería fue ambientada como las antiguas y pusieron en exhibición obras de arte de Patricia, que es artista plástica.

La historia oral cuenta que, por los años ´60, Centinela del Mar llegó a tener unos cincuenta habitantes, los cuales eran abastecidos con luz eléctrica por la mencionada usina. Además, había un hotel que funcionaba para hospedar a los visitantes. Hoy, todo eso se encuentra en ruinas: “En ese momento, en el campo se necesitaba mucha gente para los trabajos agrícolas y la gente se armaba casitas de madera, que hoy prácticamente han desaparecido. Contando el total de construcciones existentes, actualmente hay cuarenta y dos nuevas que se hicieron recientemente”, cuenta.
¿Pero cuál es la razón por la cuál no llega tanta gente durante el año? La respuesta parece estar en la dificultad de acceder allí: “Es difícil en la época de lluvia, sobre todo en el invierno cuando caen 15 ó 20 milímetros y se dificulta entrar si no tenés un vehículo 4 x 4, y además cuesta que las calles se sequen; en verano es diferente, el otro día llovieron unos 60 milímetros y con un día de sol prácticamente ya podíamos salir. Pero Centinela se disfruta todo el año, el invierno es muy crudo, es patagónico y nos encanta, hay escarcha a la mañana y temperaturas bajo cero, pero es un lugar muy limpio para andar y contamos con el mar, con tres arroyos y con una laguna combinadas en la costa. Es un lugar muy especial”.

PRESERVAR LA HISTORIA Y LA TAN ANHELADA RESERVA
Por otra parte, en el Centro de Interpretación se pueden encontrar material lítico y de cuero del complejo tehuelche, algo de música e idioma y un sector sobre barcos hundidos. Este lugar se caracteriza no sólo por la parte paleontológica sino también arqueológica e histórica, acuden a trabajar muchos biólogos y arqueólogos. Aquí está también la historia de los desembarcos nazis en la zona y de hundimientos de barcos que siguen tirando losa en la playa. Debido a la riqueza que guarda el lugar es que se está trabajando para constituir aquí una reserva natural: “Nació esta idea hace casi 15 años con Daniel Boh y Marcos Cenizo, y luego de muchas ideas y vueltas ya está encaminado. La escuela que está sin alumnos es un polo científico para la Fundación Azara y se estima que para marzo habrá una ley para seguir protegiendo este lugar”, explica Carlos.

Con respecto a la huella de los pueblos originarios en la zona, el entrevistado indica: “Acá en la costa tenemos once mil años de antigüedad, hay rastros de enterramientos en la zona de El Chocorí que datan de unos 6.800 años y en la zona de Mar del Sur hay uno de unos 7000 años. Esta era considerada una zona muy energética, se enterraba en la salida de los arroyos porque la espiritualidad del pueblo decía que era el encuentro con el gran mar, que los llevaba al viaje final hasta la Cruz del Sur. Eso lo contaban los abuelos (los antepasados tehuelches), se conservaron estos relatos como también se fue rescatando el idioma”, concluye.