Los caminos rurales tienen un aire especial, ese que indica que en cualquier momento nos podemos encontrar con una joya del tiempo. Un rincón olvidado, una pequeña escuela, un molino de viento, una tranquera, nos pueden sorprender en cualquier recodo. Sin dudas, cada lugar tiene una historia para contar. La Delfina es uno de estos lugares especiales y secretos de la provincia de Buenos Aires. Localidad situada en el Partido de General Viamonte, según el último censo contaba con unos 26 habitantes. Su nombre hace referencia a Delfina López Alfaro, donante del terreno en donde se construyó la estación ferroviaria.
La Delfina tiene una magia particular, dada también por su emblemática “Isla Soledad”, pulpería en donde lugareños y visitantes pueden hacer una pausa, disfrutar de la tranquilidad, degustar un sándwich, quesos y otros productos regionales, tomarse una copa y compartir una charla cara a cara. Allí, un matrimonio los espera para hacerlos sentir como en casa: María del Carmen Mas y Raúl Aro.
Desde Región Atlántica recorrimos imaginariamente el camino real hasta llegar al interior rural de General Viamonte para dialogar con los pulperos de La Delfina:
Para ubicar a la gente, María del Carmen indica que al paraje “se puede llegar por la ruta de tierra, yendo hacia Lincoln, a 15 Km de la ciudad”, y que la pulpería se haya ubicada frente a la estación del ferrocarril, cuyo nombre es homónimo al del lugar que no llegó a convertirse en pueblo. Un destacamento, una hermosa escuela rural y unas siete u ocho casas se levantan en este sitio. En cuanto a la estación, la pulpera cuenta que actualmente quedan los galpones: “Uno de ellos es usado actualmente como criadero de cerdos, los galpones ya no se usan como tales porque ya ni el tren siquiera pasa… Pasaban últimamente los cargueros y nada más, pero tampoco ahora” y se lamenta “Es una lástima esto del ferrocarril, cuando nosotros vinimos había servicio de pasajeros, que venían de Once hasta Bragado, hacían el desvío uno para Lincoln y otro para 9 de Julio”.


En cuanto a la escuela, hablamos de un imponente edificio en donde sobresalen los colores amarillo y blanco, y que incluso tiene su propio campanario: “Mucha gente que hace turismo rural nos dice qué linda iglesia que tienen, ¡pero en realidad es la escuela!… al lado funciona el jardín de infantes. La misma fue donada por los fundadores del lugar, por eso se llama Escuela 23 “Doña Delfina López Alfaro”, y tiene más de 100 años. Más adelante está el Club Atlético La Delfina, en donde se hacen partidos de fútbol” – dice María- “Sobre la escuela, lo que me llamó la atención es que en una feria que se hizo en conmemoración de Los Toldos, encontraron una planilla que decía que llegó a tener 120 alumnos, cuando había mucha gente en los campos”.

Con respecto a la pulpería, su propietaria cuenta que “la parte de la casa es rancho de adobe mientras que la parte de la pulpería tiene una construcción un poco más moderna, porque en un primer momento fue almacén de ramos generales, hace muchos, muchos años. Según me contó un abuelo, que ya no está, cuando él era chico hubo un incendio muy grande y esto se destruyó”. Otros testimonios que pudo recoger hablan de que “ se trabajaba muchísimo gracias a los galpones del ferrocarril” que ocupaba cuantiosa mano de obra en otros tiempos, lo que hace pensar que este antiguo almacén, hoy pulpería Isla Soledad, existe desde los tiempos fundacionales o de mayor auge de la estación La Delfina.
María del Carmen y su esposo Raúl dicen que llegaron a este sitio porque tenían un amigo que era de Los Toldos, que les llevaba quesos y otros productos a Buenos Aires, y les aconsejó que se mudaran. La decisión no fue tomada inmediatamente, pero esa idea sembrada prosperó y los llevó a instalarse en ese medio rural: “es un lugar muy tranquilo”, dicen. Así, hace más de veinte años dejaron atrás a Merlo, lugar de Buenos Aires adonde vivían. También Raúl dejó su trabajo en el puerto de Capital Federal, aunque, tal parece, Raúl llevó parte de esa pasión portuaria a la decoración de la pulpería, en donde se exhiben variados artículos navales. De hecho, Raúl perteneció a la marina y, aunque no participó del conflicto armado de Malvinas, el matrimonio llegó al acuerdo de homenajear a este lugar tan emblemático de nuestro sur bautizando a la pulpería con el nombre de “Isla Soledad”.

La descripción del salón se completa con un mostrador, que ya no es el original porque, según cuenta María entre risas, “al original lo habían encorvado de tanto apoyarse los parroquianos”. Hay, además, una mesa de pool para el entretenimiento y algunas mesas y sillas en donde los visitantes se disponen a disfrutar de la gastronomía casera: “Acá se come lo que pidan… piden mucha comida de olla”. María del Carmen narra que le piden que amase y que muchos degustan quesos y fiambres de la zona, destacando que no sólo funciona como bar o lugar para comer, sino que también cuentan con productos de almacén.

