En nuestra edición dominguera de Región Atlántica entrevistamos al acordeonista Miguel González. Nacido un 4 de abril de 1951 en Diamante, Entre Ríos, sintió desde pequeño el llamado de la música de su tierra. A los seis años ya comenzó a estudiar en el Conservatorio “Chopin” y a los doce se recibió de Profesor de Acordeón a Piano, Teoría y Solfeo.
En su etapa adolescente participó en numerosas orquestas características de la época tales como «El Cuarteto Strobel», «Los Americanos» y «El Conjunto Latino», y se dedicó a la enseñanza de jóvenes en el instrumento.
González integró «Los Minuanes», primer grupo chamarritero de la zona por la década del 70. Tiempo después se incorporó a Los Hermanos Cuestas y recorrió el país durante cinco décadas actuando en todos los lugares de Argentina y países limítrofes. «El acordeón chamarritera», como lo llaman, fue creador e integrante de los conjuntos «Los del Gualeyán» y «Los Chamarriteros». Años después estuvo en Europa, en un viaje lleno de aprendizajes y posteriormente, ya como solista, grabó un total veinte discos. En esta nota imperdible hace un recorrido por su trayectoria, por los grupos que integró, sus grandes éxitos, su relación entrañable con Tito Ramos y con el público.
GONZÁLEZ Y SU PASO POR “LOS HERMANOS CUESTA”
El acordeonista recordó con nostalgia y orgullo su paso por cada una de las formaciones, en donde pudo ejecutar su instrumento, pero también crear: “Néstor Cuesta y Rubén Cuesta me convocaron a grabar aquel disco legendario, de antología, donde está “Juan del Gualeyán” y que se transformó en solo treinta días, sobre todo en la temporada de Mar del Plata y con la visita de los porteños, en un éxito vendiendo un millón de discos. De pronto tenía que ver con que había un Juan en Tartagal (Salta), en Puerto San Julián, en Mar del Plata, en Entre Ríos, y desde ahí ya formé mi carrera profesional”.
Él realizó una valiosa tarea investigativa para el rescate cultural de los inmigrantes italianos, españoles, alemanes que poblaron Entre Ríos y su Diamante y zona incorporando schottis, polcas, tanguitos montieleros y chamarras: “Hice lo que debía hacer un profesional y trabajar en la investigación, y de ahí surgió no solamente lo que se conoce sobre “El Patriarca» Linares Cardozo o de nuestros primos, los chamameceros, sino que hay otros ritmos como el rasguido doble, el tanguito montielero y la mazurca, entre otros”.
Según sus palabras, las condiciones de la naturaleza del paisaje entrerriano han sido desde siempre fuente de inspiración para poetas y músicos que se han nutrido del sonido del agua, de las voces de las aves y del murmullo de la brisa en los árboles: “Acá, al primer hombre al que le llegó un acordeón a sus manos no tenía partituras ni tampoco se escuchaba la radio, pero al silbido de los pájaros y al comulgar con la naturaleza empezaba a sacar sus primeras melodías. Entre Ríos es todo eso”.
SU RELACIÓN CON TITO RAMOS
González cuenta que de ese paisaje verde y maravilloso se enamoró en cierta manera su entrañable amigo, el artista Tito Ramos: “Venía de una impronta sureña, de haber triunfado como revelación en Otamendi con su canto surero, y hacía zambas también. Nos conocimos en Rosario, lo invitamos a venir y aquí se encontró con otro paisaje, con las islas, el carpincho, el remo, el puestero de las islas. Él se había criado en Mechongué, donde su mamá tenía una pensión en la que recibía a muchos entrerrianos que iban a trabajar a la cosecha de la papa. Había escuchado acordeonistas y ya tenía esta impronta de la melodía entrerriana”- cuenta- “La canción de “La leyenda de la brasita de fuego” surge así. Lo llevamos a conocer las islas, éramos tres amigos, y de pronto a Tito todo le asombraba y preguntaba eso qué es… Hasta que vio la brasita de fuego, un pajarito, y mi amigo le acota que había varias leyendas sobre él. Esa misma noche me despertó como a las tres de la mañana diciéndome que ya tenía escrita la letra y que le pusiera la música, la leí y era bien entrerriana, él ya se había entrerrianizado. Esta canción la interpretan todos los chicos en las escuelas y hasta han hecho obras teatralizadas”.
LOS GONZÁLEZ Y UN LEGADO MUSICAL QUE NO SE DETIENE
Miguel ha transmitido de muchas formas la pasión por la música a su hijo Gastón, quien se ha dedicado a la misma también con un talento innato: “El tradicionalismo que él tiene en su poesía, en su expresión y en el canto está fuera de los tiempos modernos (por su perfil tradicional). Él además es profesor de música y ha sido galardonado en varios concursos de poesía”. Juntos participaron en octubre pasado del homenaje por los cien años del natalicio de Linares Cardozo.
Pero la historia musical de los González no se detiene ya que las nietas de Miguel e hijas de Gastón también se dedican a la música: “estoy formando parte de un grupo que lo creamos con un músico que es la segunda trompeta de la banda de la policía de Entre Ríos y que es el creador de la Banda Tambor de Tacuarí, que tiene más de 70 integrantes que van de niños de seis años hasta abuelos de sesenta o setenta años. Aquí toco el acordeón como solista, Gastón canta, una de mis nietas toca la trompeta y la otra también canta, y hemos conformado un grupo que se llama “Dos orillas”.

LA CULTURA Y LOS ARTISTAS, HOY
Con la autoridad cultural que lo caracteriza, González concluye expresando que “La democracia está muy en deuda con la cultura. En los pueblos hay funcionarios que cobran pero que no hacen, salvo pocas excepciones, porque nunca hay presupuesto para eso. Los políticos se olvidan de la cultura, pero mejor, porque donde meten la mano la manchan. No hay un proyecto de Estado serio en materia cultural. En Europa, lo que se crea se sigue, pero acá en vez de continuarse se destruye, sólo porque lo hizo el otro. El mediocre es peligroso, porque además de mediocridad deja corrupción”.