Oliva, provincia de Córdoba. Allí, hace 39 años, la iniciativa de un niño de 13 años, llamado Gabriel Fioni, marcó la diferencia. Desde hacía meses convivía con las noticias de la Guerra de Malvinas, como así también con las esquirlas materiales, psíquicas y espirituales que habían salpicado a toda una nación, pero por sobre todo a las familias de los combatientes. Tal vez tenía mucha más conciencia y valor que sus adultos contemporáneos.
Casi sin querer, se fue “empapando” de las vivencias de los héroes en combate. Sin saberlo se convertiría en un héroe distinto, en aquel que desde el aliento sostuvo y que con el tiempo fue el guardián de las historias. “Comencé a escribirle a las familias de los caídos de la Fuerza Aérea, a raíz de una nota de la revista Gente a la esposa del Capitán García Cuerva. Reuní el dinero de un mes, de un trabajo que hacía con mi papá, repartiendo sánguches y criollitos en las oficinas públicas antes de ir a la escuela, y él me permitió donarlo a la familia García Cuerva. Fui a visitar a Pablo Carballo, uno de los pilotos señeros de la Fuerza Aérea, y llevé conmigo ese sobre. Él me propuso, en lugar de ayudar a una sola familia, colaborar con todas escribiendo cada año una carta para el aniversario de caída en combate de nuestros héroes”, narra.
Por diez años consecutivos, Gabriel escribió sin conocer a los lectores. Pasado ese tiempo, remitente y destinatarios se encontraron en un almuerzo: “Ahí supe lo que significaban esas palabras de aliento de un niño, de un joven. Para mí era una simple acción anual, pero para las familias mis líneas iban cargadas de apoyo, de motivación, de esperanza…” -dice- “Las cartas que recibía, tal vez hasta un mes de después, comenzaron a nutrirme de historias diferentes. La soledad, la tristeza, la pérdida y el no saber qué a partir de mañana… Mis cartas sirvieron como un hilo de esperanza, de que todo eso no iba a ser en vano, porque ante la pérdida uno primero dice “Dios” y luego se pregunta para qué tanto sacrificio… y ellos entendieron que ese sacrificio había tenido un fin, que servía para la Nación toda, y fue lo que me llevó a guionar lo que hoy es el Museo de Malvinas”.

Junto a unos amigos comenzó a soñar y a delinear el proyecto del Museo de Malvinas (que con el tiempo se convertiría en el Museo Nacional de Malvinas). En el 1995 comenzaron como Museo itinerante, en el 2002 ya funcionaron en la Estación del Ferrocarril y con sala propia, y en el 2006, dentro de la réplica 1 a 1 del Crucero Belgrano. Próximamente el Museo tendrá su edificio propio, de unos 6000 metros cuadrados cubiertos, acorde al homenaje que se merecen los héroes de Malvinas.
Sobre el sentido de lo que ha significado el Museo y su misión en estas casi cuatro décadas, Fioni expresa: “Nosotros estamos parados en la memoria colectiva, viva, en la recuperación de vida y objetos para las futuras generación de argentinos. No es un museo quieto, detenido en el tiempo, sino que genera permanentemente nuevos espacios, nuevas historias y descubre nuevas facetas de lo que fue Malvinas. En ese sentido, contribuye permanentemente a la discusión soberana sobre Malvinas, somos un mojón, una manifestación pública de la soberanía por Malvinas».


Gabriel lleva la mayor parte de su vida con esta misión humanitaria, de historia y de amor a la Patria. No puede escindirse de ella y tampoco lo desea. Sabe de su importancia para el pasado, el presente y sobre todo, para el futuro: “Mi vida es Malvinas. Para mí ha sido una historia de vida, un compromiso sin estridencias, en silencio y muy cuidado”, concluye.

